No me considero un espectador pasivo. Veo bandas todo el tiempo y suelo compenetrarme con facilidad. Canto, grito, aplaudo y a veces me dan ganas de saltar. Pero definitivamente hacía mucho que no sentía un recital en el cuerpo, de esa manera. Con el cansancio y los dolores del día posterior. Con la voz ronca y los ojos intermitentes. Con el recuerdo y la sensación de haber compartido (con amigos) un momento así de intenso. Porque no es lo mismo ir a un show -ver al artista, disfrutar de las canciones- que vivirlo con cada músculo y con la respiración cortada. Y lo que experimenté con Café Tacvba en su regreso a Córdoba estuvo lejos de ser eso que imagino cuando pienso en “ir a un recital”. Fue, en verdad, un momento único para todos aquellos que esperábamos el reencuentro con una de las mejores y más exquisitas bandas que ha dado la música latinoamericana. Y también, la confirmación de una carrera notable y con una perspectiva de futuro intacta, capaz de emocionar y reverberar en el cuerpo con cada pedazo de historia (individual y colectiva) hecha canción.
Ahora bien, ¿cuál es el rol de la crónica en todo esto? ¿Qué lugar tiene el “periodismo” en la cabeza del periodista cuando un recital se vive como una experiencia capaz de cambiarte la vida? En lo particular, me motiva y me contagia de ganas, me impone un desafío. Pero, además, me lleva a pensar que son éstas las vivencias que hacen que uno reflexione sobre lo que hace y sobre cómo lo quiere hacer. Y el periodismo es, para mí, sinónimo de curiosidad por contar historias a través de distintos formatos y en distintas situaciones. Por eso, pensar en el recital, recordarlo, conversarlo con quienes estuvieron ahí y quienes no, me devuelve un conjunto de imágenes y sentimientos que quiero comunicar, “contarle al mundo”. Pero, al mismo tiempo, tratar de encontrar las palabras para describir todo ese gran momento implica objetivarlo más allá del recuerdo, compartirlo reinterpretado y, en definitiva, transformarlo en algo más que un texto inerte que sólo buscar referenciar un acontecimiento sin intentar ir más allá de lo literal.
Porque, en este caso, los Café Tacvba fueron mucho más que un grupo sobresaliente arriba de un escenario, con una lista de temas soñada y con un sonido difícil de igualar. En verdad, personificaron una forma absolutamente particular de entender las posibilidades y los no-límites del arte de hacer canciones conmovedoras. Demostraron que son creadores e intérpretes de una música que parece de otro planeta, que tiene mil y un matices distintos por descubrir y que está basada en la simple idea del vínculo humano y de la armonía con la naturaleza. Pero, como si fuera poco, lo hicieron con la humildad y la energía que los caracteriza en cada momento de su obra. Por eso, no importó la moderada concurrencia, la austeridad absoluta de la escenografía o cierta apatía de una parte del público no del todo familiarizada con el grupo. Lo concreto es que no hicieron falta más que canciones y unas cuantas palabras de un leonino Rubén Albarrán para dejar en claro que lo que allí se vivió fue algo especial para unos cuantos. Un sentimiento que supo resumirse en ese abrazo que se dieron los cuatro músicos entre sí -y que nos hicieron emular- en medio de un show que, por momentos, pareció confundirse con un espectáculo de magia.
Ahora bien, ¿cuál es el rol de la crónica en todo esto? ¿Qué lugar tiene el “periodismo” en la cabeza del periodista cuando un recital se vive como una experiencia capaz de cambiarte la vida? En lo particular, me motiva y me contagia de ganas, me impone un desafío. Pero, además, me lleva a pensar que son éstas las vivencias que hacen que uno reflexione sobre lo que hace y sobre cómo lo quiere hacer. Y el periodismo es, para mí, sinónimo de curiosidad por contar historias a través de distintos formatos y en distintas situaciones. Por eso, pensar en el recital, recordarlo, conversarlo con quienes estuvieron ahí y quienes no, me devuelve un conjunto de imágenes y sentimientos que quiero comunicar, “contarle al mundo”. Pero, al mismo tiempo, tratar de encontrar las palabras para describir todo ese gran momento implica objetivarlo más allá del recuerdo, compartirlo reinterpretado y, en definitiva, transformarlo en algo más que un texto inerte que sólo buscar referenciar un acontecimiento sin intentar ir más allá de lo literal.
Porque, en este caso, los Café Tacvba fueron mucho más que un grupo sobresaliente arriba de un escenario, con una lista de temas soñada y con un sonido difícil de igualar. En verdad, personificaron una forma absolutamente particular de entender las posibilidades y los no-límites del arte de hacer canciones conmovedoras. Demostraron que son creadores e intérpretes de una música que parece de otro planeta, que tiene mil y un matices distintos por descubrir y que está basada en la simple idea del vínculo humano y de la armonía con la naturaleza. Pero, como si fuera poco, lo hicieron con la humildad y la energía que los caracteriza en cada momento de su obra. Por eso, no importó la moderada concurrencia, la austeridad absoluta de la escenografía o cierta apatía de una parte del público no del todo familiarizada con el grupo. Lo concreto es que no hicieron falta más que canciones y unas cuantas palabras de un leonino Rubén Albarrán para dejar en claro que lo que allí se vivió fue algo especial para unos cuantos. Un sentimiento que supo resumirse en ese abrazo que se dieron los cuatro músicos entre sí -y que nos hicieron emular- en medio de un show que, por momentos, pareció confundirse con un espectáculo de magia.
Pero magia de la buena: “El baile y el salón”; “Cómo te extraño mi amor”; “Las flores”; “La ingrata”; “Cero y uno”; “El ciclón”; “Eo”; “La locomotora”; “Volver a comenzar”; “No controles”; “Déjate caer”; “Chilanga banda”; “El fin de la infancia”; “La chica banda”. Así fue y así se vivió. Una atrás de otra, casi sin respiro. Una ráfaga de canciones desde el inicio hasta el primer bis. Un comienzo tranquilo, con la banda apoyada en las secuencias, como en gran parte de su carrera y como lo que se promete para El Objeto Antes Llamado Disco, el álbum que acaban de terminar. Después, sí, el éxtasis ampliado en la potencia de la batería y con el grupo sonando al máximo de sus posibilidades. Con un manejo de las dinámicas de volumen que es una de las características fundamentales de la música de Café Tacvba pero que en vivo se percibe y se aprecia aún más claramente. Con un guitarrista, un tecladista, un bajista y un cantante que son lo más cercano a un seleccionado mexicano de rock y que, además, se divierten como nunca y no paran de disfrutar mientras tocan, mientras acompañan -con un salto, un giro, una mueca- cada corte o mientras bailan la coreografía que todos quisiéramos bailar.
Gracias a eso, los gritos y los saltos se multiplicaron en forma sostenida y terminaron alcanzando un volumen (en sonido y en espacio) inesperado al inicio de la noche, cuando la Plaza de la Música parecía cada vez más difícil de llenar. Sin embargo, no puedo obviar ese pequeño oasis adelante de todo, donde un grupo de no más de veinte personas -yo entre ellas- vibraron y taconearon como pocas veces puede hacerse en un show de estas características. Cantando cada verso, abrazándose en las partes más memorables y haciendo una calesita humana. Jugando. Pidiendo un tema lento para descansar. Especulando sobre las canciones que seguirían después del intermedio y comparando a la música de la banda con las fugas de Bach. Disfrutando de la novedosa “De este lado del camino” y emocionándose en la increíble seguidilla de “El espacio”/”Eres”/”Mediodía”. Reprochando a tono con la letra de “Esa noche”, festejando “El metro”, viendo de cerca el final vertiginoso de “El puñal y el corazón” y acompañando, con respeto, el pequeño homenaje a Gustavo Cerati. Como verdaderos fanáticos.
Y es que, en definitiva, ese es el recital que me tocó protagonizar. Más allá de la capacidad de un grupo de músicos que en todo momento privilegiaron el resultado global y el producto construido entre todos; más allá de la presentación de un disco que no fue y se terminó convirtiendo en un repaso revitalizante y motivador; más allá de la iluminación unicolor que potenciaba cada momento. Mis recuerdos están ligados a una sensación compleja que combina mi admiración por el grupo, su capacidad instrumental y escénica, el efecto concreto de las canciones que tocaron y el hecho de que todo eso sea algo compartido y no una simple percepción individual. Por eso, el show de Café Tacvba fue mucho más que un simple recital. La banda tocó perfectamente e hizo gala de su capacidad permanente de innovación y de un arsenal de canciones que cada vez se hace más grande. Pero lo fundamental es que todo eso (me) quedó grabado en el cuerpo y (me) muestra, una vez más, que la música es un estímulo imposible de racionalizar completamente. Hace falta vivirla y sentirla. Solo así puede contársela de la manera más genuina posible.
4 comentarios:
Si vas a seguir contando cosas como estas, deberías ampliar la pregunta
¿Escuchaste?
escuché,
salté, vibré, canté, abracé,giré, bailé,
lloré, morí, me supernove
y
después de leerte, "mucho mas que eso"
se remueven las olas de sensaciones como si estuviéramos ahí todos chivados de felicidá, dele aplaudir.
(Gracias por "haberme contado" con un "re" que existía una banda mas inmensa que el mar!)
Dele apaludir, totalmente. Gracias querida lü, siempre tan precisa con los verbos y las observaciones. Y vos te merecías ese Re, de eso no hay dudas. Beso!
listo, así como fresán tiene su "la verdad está soplando en el viento" o el "aquí,allá, y en todas partes" vos te conseguiste el tuyo, tu "contale al mundo".
cuánta razón iñaki (me gusta cómo pensás)
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