El fuego por construir



La Dinastía Scorpio ya es un disco importante en la historia reciente del rock argentino desde hace tiempo. Como sucesor de la trilogía de EP’s que consolidó la trayectoria artística y mediática de Él mató a un policía motorizado, este LP llega recubierto de una sobrecarga simbólica anclada en la expectativa y la ansiedad. Su proceso de producción particular -con la consola a cargo de la mano del consagrado Eduardo Bergallo y con cuatro años de gestación- ayudó a generar ese clima de espera. Sin embargo, más allá de todo eso, el quinto disco de la banda supone, a la vez, un momento de corte definitivo con el camino ya recorrido y una oportunidad de sellar el estilo diseñado y desarrollado por el grupo con un golpe preciso de alta fidelidad y producción minuciosa.

Esa idea cargada de ambigüedad es, de hecho, la tensión más marcada a lo largo de un álbum que, además, carga con la supuesta obligación de consolidar una forma de pensar la cultura rock en Argentina; una marca de agua ética y estética que se ha desarrollado viralmente en los últimos años y hoy atraviesa uno de sus momentos de mayor brillo. En ese sentido, tanto el comienzo como el final de La Dinastía Scorpio muestran que esa película en forma de escena independiente tiene en Él mató a su figura más rutilante. Por algo no hay otro grupo que represente como tal la punta del iceberg de una década de pop heterodoxo que le debe tanto a la idea de reforma (y relectura) como a la de revolución (y quiebre). Más allá de la creciente exposición mediática, de lo palpable de su crecimiento de convocatoria y de un currículum que incluye dos participaciones en uno de los festivales de música más importantes del mundo (Primavera Sound), esas dos canciones -la primera y la última- aparecen como la muestra de lo que la banda es capaz de lograr. Ambos momentos son, en efecto, instantes mágicos en los que la música de Él mató parece alcanzar un nuevo peldaño de consideración. Porque lo que se escucha no sólo “está bueno”, también conmueve y se percibe como transformador.

El magnetismo” es, sencillamente, esa canción que le faltaba componer al grupo platense. Y se habla de grupo porque, en este caso, la retórica propia de Santiago Barrionuevo está recubierta por el trabajo colectivo de manera sorprendente. Más allá de la estructura básica de acordes-y-melodía-de-voz, la instrumentación es aquello que termina de definir la personalidad de la canción. Sin batería ni bajo, todo gira alrededor de una guitarra acústica, una eléctrica y una textura de sintetizador que termina siendo fundamental. De hecho, el desarrollo de la línea de teclado amaga desde el comienzo a ser un simple matiz del juego entre dos tonos característico en el cancionero de la banda; sin embargo, a partir del estribillo, las tensiones aparecen y la amabilidad que gobierna el clima de este haiku musical se diluye en combinaciones de notas que aportan dramatismo y desestabilidad. Un par de repeticiones, un acorde queda sonando y eso es todo. Un minuto y veintiocho segundos que son suficientes para reconfigurar cualquier tipo de expectativa en torno al disco.

Además de “El magnetismo”, el otro momento más importante del álbum es “El fuego que hemos construido”. No obstante, más allá de incluir otro título con reminiscencias a la estética literaria del grupo, su capacidad de trascendencia está basada en otro tipo de características internas. Con un espíritu que recuerda a ciertos momentos de Día De Los Muertos (2008), la canción navega por aguas más familiares, con la banda haciendo gala de su capacidad para manejar diferentes dinámicas de volumen y renovar con pequeños detalles una misma estructura que permanece en el tiempo. De todas maneras, luego de una primera sección de más de tres minutos, el estribillo más épico de todo el disco logra cambiar por completo la dirección de la canción. Aparece sólo una vez y no sólo concreta lo que se venía anticipando en el tramo anterior. A partir de ahí, la linealidad se pierde y la banda recupera ese instinto asociado al kraut alemán y al rock alternativo de los ’90: todo ese viaje explota en un solo de esos que se corean en vivo y en un final a puro feedback y distorsión. Sin que haga falta nada más.

Pero, claro, en el medio, La Dinastía Scorpio tiene otras nueve canciones. Y en cada uno de esos casos, la sensación es otra. Si bien hay grandes momentos en, por ejemplo, “Yoni B”, “Más o menos bien”, “Noche negra” o “La cara en el asfalto”, no hay mucho más para buscar más allá de los límites de la fórmula que ya conocemos. Hay grandes estribillos, la voz de Santiago parece más elástica, el lugar ganado por los teclados es relevante, la profundidad de los graves recubre cada matiz de lo que suena. Pero gran parte de lo que habita el disco ya lo hemos escuchado antes, concretamente, en otras canciones de la misma banda. Esta tensión queda expuesta en un momento puntual: la diferencia entre la primera y la segunda parte del solo de “Chica de oro”. Allí, el ingreso de una segunda guitarra a manera de complemento de la melodía inicial desnuda esta cuestión. Él mató suena repetitivo y parece volver sobre sí mismo una y otra vez. A pesar de nuevas posibilidades técnicas que se hacen evidentes, los fundamentos de su música se mantienen intactos. Sin embargo, más allá de esa sensación generalizada, hay pequeños momentos en los que algo que conocemos y esperamos está trabajado desde un lugar que evoca nuevas referencias. Y eso, obviamente, no pasa desapercibido.

En este sentido, las letras ofrecen una pista interesante. Si se escuchan frases como “es hora de buscar lo esencial”, “quiero vivir con vos” o “este invierno frío se hizo pensando en nosotros dos”, es difícil sostener la imagen gestada por la banda en su trilogía del fin de los tiempos. Más allá de una tendencia innegable a la evocación nostálgica -palpable en la voz y en los arreglos de las guitarras-, es imposible dejar de notar un optimismo creciente tanto a nivel lírico como en lo relativo al sonido -pulcro, refinado, melodioso- y a la forma de pensar los matices de las canciones. El realismo sucio como cosmovisión estética ha quedado de lado. Aquella sensación de Apocalipsis se siente lejana y ésta, definitivamente, ya no parece ser la música para transitar el fin del mundo. Hay, en cambio, una intención concreta de hacer canciones desde otro lugar, que estén más allá de un concepto y puedan sostenerse individualmente.

Por eso, quizás, para muchos La Dinastía Scorpio no sea lo esperado. “Ya nada va a ser igual, vos no vas a ser igual”, canta Santiago en el estribillo de “El fuego que hemos construido”. Y, de alguna manera, resume en apenas unas cuantas palabras aquello que queda en el aire una vez que la música deviene en silencio. Porque La Dinastía Scorpio  es, antes que nada, un disco que desnuda tanto las virtudes como los lugares comunes de la banda y representa, también, un nuevo comienzo para ellos en tanto músicos y diseñadores de canciones. Aquella tensión entre el pasado y el futuro es, en definitiva, lo que gobierna el desarrollo de la mayoría del álbum. Sin embargo, más allá de esa transición lógica, lo que pareciera quedar irresuelto es el posicionamiento del grupo frente a eso. Con grandes pasajes pero con muchas ideas que parecen saturadas, con otra sonoridad tanto en la música como en las palabras pero con la sensación de encierro que produce un mismo patrón multiplicado; es el propio disco el que permanece en ese péndulo entre la consolidación y la renovación. Un detalle que probablemente no sea un conflicto en sí mismo para Él mató a un policía motorizado pero que, al fin y al cabo, queda en evidencia después de escuchar el poder detrás de los mejores momentos de La Dinastía Scorpio.

2 comentarios:

Miguel D. Barrenechea dijo...

Ya que nadie comenta (no sé porqué), a mi me gustó tanto como Día de los Muertos.

El hi-fi a mi no me cambió la vida ni la percepción sobre la banda, ya los vi en vivo innumerables veces. Sí lo cambiará para exportar la banda, me imagino, por una cuestión de estándares sonoros y de transmisión fidedigna del pisar musical que tienen en vivo.

Sobre discutir sonoridades y horizontes artísticos, recambios sonoros y eso, no hace falta.

pai dijo...

Miguel, gracias por el comentario!

A mí me encanta escuchar la voz de Santi así de profunda y creo que han adaptado muy bien el sonido de sus discos anteriores a esta cosa de los grandes estudios, suena zarpado. Me parece que le van a sacar provecho a eso, ojalá.

Y sobre las sonoridades y demás, obvio que no hace falta. Nada de esto "hace falta". Yo disfruto hacerlo y lo hago porque a mí me gusta pensar y discutir ese tipo de cosas. Te mando un abrazo y espero que nunca salgas del Placard, ja!