Hace algún tiempo, un pequeño debate propio de los músicos asociados a la escena del rock de Córdoba tomó estado público a partir de un artículo publicado en el diario La Voz del Interior. Allí, lo que se discutía era, básicamente, la calidad de la música hecha en la ciudad y su impronta radiofónica; es decir, la existencia -después de mucho tiempo de trabajo en las sombras- de una aptitud generalizada para “sonar en la radio”, capaz de ser promovida como cualquier otro contenido, sin diferencias de origen. Sin embargo, lo que había de fondo era una problemática doble que incluía, por un lado, la necesidad, la ambición y la expectativa de rotar su música que tienen ciertas bandas cordobesas; y por otro, la existencia de un mapa de medios que -salvo excepciones- difícilmente apueste por contenidos locales, a pesar de la puesta en marcha de la ley 26.522, de Servicios de Comunicación Audiovisual.
De todas formas, más allá de ese conflicto latente, hay otros agentes que parecen estar fuera de la discusión, ya sea tanto por invisibilidad externa como por convicción propia. Árboles en Llamas es, en este sentido, uno de los ejemplos más claros y contundentes. La banda integrada por Nicolás Sicardi -también responsable de Nicolás y el Desorden-, Pedro Röggla y José Arroyo acaba de publicar en formato digital su tercer disco, el EP Salsipuedes. Ni este ni sus dos álbumes anteriores -Horas Muertas (2010) y Las Aves Que Cantan de Noche (2012)- han sido relevados por la prensa local ni han sido acercados por el tríoa medios de pequeño, mediano o gran alcance, sin embargo, eso no impide que ellos sean una de las bandas más prolíficas e interesantes del medio. De hecho, dentro de la escena post-hardcore y screamo de la que declaran ser parte, ocupan un lugar de consideración a nivel sudamericano, con vínculos en distintos países del continente y ediciones de discos que van más allá de la Circunvalación.
Entonces, ¿hasta qué punto se hace necesario, para ellos, seguir dependiendo de los medios tradicionales y de los canales de circulación hegemónicos? Parte importante de la estética y la ética de Árboles en Llamas tiene que ver con esta idea. El famoso “hazlo tú mismo” es, en este caso, mucho más que una convicción. “Que grabemos los discos es una especie de consecuencia de querer escucharlos. También hay un porcentaje bastante grande de compartir lo que hacemos, de que los demás escuchen. Tenemos la necesidad de compartirlo, pero lo primero es escucharlo nosotros”, explica Sicardi. Porque, en definitiva, la música distorsiva, explícita y ametrallante que caracteriza a la banda es el resultado de una búsqueda concreta de catarsis y experimentación emocional. Algo que queda en evidencia tanto en Horas Muertascomo en Las Aves Que Cantan de Noche pero que, no obstante, se hace todavía más palpable en el reciente Salsipuedes; un testimonio aún más crudo y enérgico, con menos espacio para aquellas partes instrumentales más paisajísticas y contemplativas, características de los dos primeros discos de la banda y fundamentales en el balance de intensidades con el que trabaja el grupo.
Por eso, Salsipuedes puede ser visto como la profundización y la estilización de ciertos aspectos del mensaje que predica Árboles en Llamas. A simple vista, lo que se escucha es un EP que tiene la duración arquetípica un simple de doce pulgadas (siete minutos, doce segundos) pero, en realidad, supone el compendio espasmódico de cinco canciones conectadas en una misma ráfaga. Y si bien la larga introducción de “Sauce” invita a pensar en ciertos elementos del post-rock o en bandas como Sonic Youth o Mogwai, es el mismo desarrollo de la canción el que rápidamente hace foco en aquello que la banda quiere mostrar. Con cuatro cortes abruptos de los tres instrumentistas y con los primeros gritos punzantes de Sicardi, el EP inicia un espiral de violencia simbólica que, a partir de una precisión en velocidad incuestionable, muestra la energía de alto voltaje que irradia la música del grupo. De ahí en más, todo es parte del mismo flujo poético. Los finales y los comienzos se conectan en forma sucesiva. Un corte, un acople sostenido y una cuenta ficticia sirven para remarcar esa idea de final sin fin. No hay sensación de cierre y, con seguridad, quien ponga el disco y lo deje sonar sin detenerse en el reloj del reproductor, difícilmente pueda percibir la división entre las canciones.
De hecho, probablemente sea esa sensación de continuidad aquello que distingue a los discos (y a la música en general) de Árboles en Llamas. En sintonía con lo que sucede en aventuras como “Siberian Breaks” o “Metanoia”, de MGMT, los momentos individuales (sean partes o, en este caso, canciones enteras) se potencian a partir de su inclusión en un todo más grande, que se percibe como algo cerrado y no como una simple suma de ideas separadas. Gracias a eso, la unidad entre los golpes de los distintos cuerpos de batería y la rítmica de la voz, la conjugación armónica y textural entre bajo y guitarra o el clima que se genera con la combinación de partes recitadas y gritadas (en “San José de la Dormida”) no resultan detalles aislados. Son, en definitiva, distintas manifestaciones de una lectura consciente y profunda de toda una tradición nacida del hardcore y llevada al máximo de sus posibilidades por bandas como At the Drive-In o Fugazi.
Sin embargo, quedarse con esa caracterización sería, cuanto menos, minimizar el trabajo que hay detrás de las canciones de Salsipuedes y del resto de la obra del trío. Para quienes no estamos familiarizados con el linaje estético que maneja la banda, su música puede resultar demasiado ruidosa, imposible de comprender e, incluso, insoportable. De todos modos, dentro de esa atmósfera que exhala amenaza y rechazo para muchos, los matices se multiplican. Cada acorde está pensado en relación a la voz y su protagonismo central; cada timbre de la guitarra es producto de una edición minuciosa de pedales de efectos; el sonido de la banda en sí denota horas de ensayo y certifica un vínculo que va mucho más allá de lo artístico. Por eso, no hay que tenerle miedo a la música de Árboles en Llamas. Por más que la montaña de subgéneros que la banda retoma en sus canciones pueda resultar inabarcable e indiferenciable (Math, Spoken Word, Power Violence), la amplitud de la mirada del grupo se hace palpable en los recursos elegidos y en la forma de interpretar y desarmar la música que sienten como propia. Algo que, de a poco y con ganas, se puede aprender a apreciar desde oídos absolutamente ajenos a esas convenciones.
De todas formas, queda una sensación ambigua. Escuchar a Árboles en Llamas no es suficiente. A nivel performático, todo se percibe con otro filtro al ver a la banda en vivo, sintiendo las canciones. Porque si bien Salsipuedes intenta replicar ese espíritu a través de su estructura narrativa y de su método de grabación, el hecho de presenciar el momento en el que cada uno de los integrantes interpreta la música con su cuerpo marca la diferencia. Sin embargo, esa necesidad de complemento choca con el hecho de que la banda elija no difundir su trabajo ni sus actuaciones más allá de las posibilidades que ofrece Internet o el contacto con otros cultores del estilo. Pese a que esa actitud tenga más que ver con la defensa de una moral autogestiva y una forma de entender el mundo, no deja de implicar una consecuencia no deseada: una de las mejores bandas de Córdoba termina siendo parte de un círculo cerrado, difícil de expandir. Su música -más allá de la complejidad que implica su recepción- queda enmarcada en los límites de un género que puede representar un punto de partida pero está lejos de ser un límite para la capacidad y la cabeza del trío. Por eso, quizás, la idea de escribir esto y pedirles -por favor- que se animen a escuchar y a ir a ver a Árboles en Llamas.
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