No soy fanático de Pez. Tampoco conozco en profundidad los cambios internos del grupo ni sus vaivenes estéticos a lo largo de dieciocho años de carrera y doce discos de estudio. De hecho, no escuché ni siquiera la mitad de toda su obra. Sin embargo, hay algo en el espíritu y en la ética de la banda que me atrae y me contagia. Algo que me llena de admiración. Una especie de empatía que se traduce concretamente en un interés por saber de qué se trata Volviendo A Las Cavernas, el nuevo disco-máscara de un grupo cuya imprevisibilidad muestra, paradójicamente, una identidad dura, impermeable a cualquier variable externa.
Ariel Minimal lo explica con claridad: “A lo largo de los años hemos hecho discos que fueron estéticamente diferentes, entonces no hay una cosa que nos englobe salvo el rock. Nunca fuimos nada, siempre fuimos rock. Ciertamente no nos interesa ser parte de absolutamente nada que no sea Pez. Corremos con nuestra propia suerte”. Frente a la impostergable pregunta sobre el estilo de la banda, esta sentencia parece una respuesta esquiva pero es, en verdad, una certeza absoluta. Pez es, seguramente, una de las pocas bandas capaces de autoreferenciarse o de defender la idea más pura de “rock” sin caer en la soberbia o en la megalomanía. Y esto porque, con cada nuevo disco -y más allá de una dirección estética contingente-, el grupo se acerca como pocos al ideal del artista autogestionado, dependiente sólo de su propia voluntad creativa y capaz de trabajar fuera de las coordenadas del tiempo objetivo de la industria de la música.
Ciertamente, gran parte de esta imagen todopoderosa y autosuficiente está relacionada a una prolifidad poco común para una banda (argentina) de nuestra época. Catorce álbums en dieciocho años dan cuenta de esta particularidad y muestran una forma de trabajo que no deja de sorprender. De hecho, con sus músicos involucrados en otros proyectos y con una agenda de shows en vivo incesante, el factor tiempo debería ser un verdadero condicionante para la dinámica artística de Pez. Sin embargo, sucede todo lo contrario. Caso concreto: en el lapso de un año, la banda editó un disco homónimo -Pez (2010)-, su segundo registro en vivo -¡Viva Pez! (2010)-, y el flamante Volviendo A Las Cavernas. Lejos de ser una situación aislada, esta maratónica rutina es una especie de estado de gracia que la banda vive como algo natural. Pasan los años, Pez sigue tocando, las canciones aparecen, los discos se hacen y se terminan publicando a razón de casi uno por año. Tan simple como eso.
De todas formas, ese automatismo en el modo de producción -o, al menos, en la toma de decisiones que implica todo nuevo proyecto- contrasta enérgicamente con la complejidad del proceso creativo detrás de cada nueva obra del grupo. La (falta de) relación de continuidad entre Pez y Volviendo A Las Cavernas sirve como un ejemplo claro al respecto. A pesar de varios puntos en común al menos en términos formales -armonías, melodías, timbres de los instrumentos-, el espíritu del nuevo disco se aleja de la urgencia corporal-poguística que mostraba su antecesor y recorre climas más complejos. Apenas un año de distancia es suficiente para cambiar el rumbo y mostrar una cara completamente distinta. Ya no hay lugar para las canciones de apenas un minuto de duración, los ritmos directos de principio a fin o los estribillos contundentes. Sencillamente, la música de Pez pasa por otro momento y por otras necesidades.
Por eso, si se toma como medida inicial al pop rabioso y guitarrero de su anterior álbum, Volviendo A Las Cavernas puede sonar como un disco hecho por otra banda. (Aunque algo de cierto hay en eso.) El riff y la explosión inicial en “De cómo el hombre perdió” marcan una diferencia básica con Pez que termina siendo una constante en el resto del álbum. La distorsión de las guitarras de Minimal y la potencia de los instrumentos en general sobresalen desde el primer instante y se muestran más cerca de la tradición del heavy metal que de un compendio de canciones de fogón. Pero además, por momentos, el disco parece un repaso histórico de motivos y yeites compositivos que recuerdan a Led Zeppellin, Iron Maiden, Rage Against The Machine o, incluso, a una versión más depurada del género como la de los Smashing Pumpkins.
No obstante, todo forma parte del laberíntico camino trazado por la banda. Más allá del espectro genérico que abordan las canciones, no deja de distinguirse el despliegue técnico de cada uno de los miembros ni su habilidad a la hora de abordar diferentes tipos de música. Si bien se trata de un disco que puede ser descripto como un catálogo de riffs distorsionados, son las partes instrumentales más cercanas a la psicodelia y al jazz (como en “¿Y ahora de qué vamos a hablar?” o “Cavernas”) las que muestran los momentos más ricos e intensos. Es en ese terreno donde la banda se expresa con mayor naturalidad, con ritmos cambiantes, cortes asimétricos y compases irregulares que exhiben la precisión y el entendimiento mutuo que desarrollan los músicos en conjunto. Algo que, en el caso de Pez, no supone un simple accesorio decorativo, sino que remite a las motivaciones iniciales del grupo y da cuenta de una identidad construida a través de los hechos, en la sala de ensayo.
Aún así, Volviendo a las Cavernas puede ser mucho más que eso. En medio del aluvión rockero, “Seremos recuerdo”, la canción que divide al disco en dos, se convierte en un momento necesario y, al mismo tiempo, revelador. En ella, Minimal muestra su oficio de cantor y la banda logra un equilibrio perfecto de intensidades. Pero, además, el concepto detrás de la lírica del disco -“el Apocalipsis ético y natural de un mundo demolido por el exceso de ambición”- encuentra aquí, también, su mejor expresión. Sucede que la canción condensa diferentes aspectos que hacen a la música de Pez que no están contemplados en el resto del álbum y eso, en definitiva, la convierte en un momento único lleno de magia. Quizás por eso, Volviendo a las Cavernas no se parezca en (casi) nada a Pez y resulte, por momentos, excesivo, tosco, abrumador. Pero también, quizás por eso, Pez sea el mejor ejemplo de lo que puede generar una banda de rock que tiene como única regla seguir su propio institnto: a veces, alegría; otras, un poco de decepción. Pero siempre, siempre, sorpresa y pasión.
Juan Manuel Pairone
7 comentarios:
¡Ey! ¡Qué genial! Re lindo. ¡Aguante Pez!
Todavía estoy esperando que escribas sobre el Gran Luis Alberto Spinetta eh.
Jaja, miles de besoos.
Eugenia.
Muy bueno, che.
Que buen resumen del disco y de como mutan disco a disco.
Ademas,se le podria sumar que minimal entre Pez y Volviendo... participo en El Siempreterno y en un EP con flopa lestani,lo que muestra que nunca deja de hacer cosas.
Muy buen blog,un abrazo!
totalmente franco, no sé como hace para multiplicarse tanto, zarpado
Muy buen disco. Pesado, pero bueno. Mejor que los dos anteriores. Cuando Pez se ha acercado más a su faceta influenciada por el punk y afines menos me ha gustado.
Minimal es un grande (valga el oximorón), en la década pasada para mí fue el mejor hacedor de discos (en todos sus proyectos).
Muy buena reseña.
A pesar que la mayoría de las veces las bandas citadas aquí no son de mi particular gusto, la forma interesante en la que escribís hace que les preste atención por un rato.
oxímoron
eu! gracias jacinto, me llena de alegría eso que decís, y claro que vale el oxímoron, saludos!
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