Una serie de preguntas que hacen ruido: “¿qué tipo de búsqueda -consciente o inconsciente- es la que se materializa en la música de 107 Faunos?”, “¿qué intención estética persiguen con los recursos que eligen?”, “¿qué reflexión pueden llegar a hacer ellos mismos respecto a su propio proceso creativo?”... ¿Acaso importa? ¿Hace falta buscar lo que hay detrás de las canciones cuando cantarlas -desde afuera- es incluso más importante que escucharlas? ¿Tiene sentido teorizar sobre algo que se muestra como una exteriorización plena de los impulsos y las ganas mismas de hacer música a toda costa?
Lo cierto es que penetrar mínimamente en el mundo de los 107 Faunos puede generar este tipo de interrogantes. Seguramente, muchos dirán que ese es el punto de partida para cualquier tipo de interpretación en torno a un discurso musical; sin embargo, al menos en este caso, ese tipo de preguntas pueden confundirse con algo demasiado pretencioso, algo que desoye lo concreto. Quien haya visto a los 107 Faunos en vivo probablemente entienda esto. El clima de festividad y el sentimiento de pertenencia que genera la banda -potenciado en un espacio reducido- convierte a las canciones en pequeños eventos colectivos. Es que, más allá del sonido y la pericia, lo que prima es la magia preformativa de los Faunos: el sentimiento puesto en juego a la hora de tocar las canciones, la interpelación fonética de las “a” abiertas y las “o” estiradas de muchos de los estribillos, y, en definitiva, la comunión entre público y músicos a la hora de contar/vivir una historia de película.
Por eso, una aproximación al trabajo fonográfico de la banda no puede dejar de lado estas características particulares que hacen a la identidad del grupo. Tanto 107 Faunos (2008) como Creo Que Te Amo (2010) son obras que van más allá del registro musical en sentido estricto. A través de sus canciones -y de la manera en la que son trabajadas desde el estudio-, ambos discos transmiten cierta filosofía estética que genera respuestas encontradas. No es que a los 107 Faunos no les importe cómo suena su música grabada. Se trata de una elección formal basada en una idea de canción que apela a lo fundamental (las melodías) y que, desde ese lugar, prioriza y refuerza lo emotivo a través de la construcción ficticia de una atmósfera caótica inspirada en sus recitales, con reminiscencias a la cultura futbolera, desafinaciones, detalles que realzan la improlijidad y un clima general de efervescencia.
En este contexto, la aparición del tercer disco de la banda pareciera traer consigo una mirada en expansión. De hecho, el reciente El Tesoro Que Nadie Quiere encuentra a los Faunos en lo que ellos mismos describen como una transición que “tiene un poco de lo que éramos, y algo de lo que estamos intentando ser”. Efectivamente, desde el inicio, la hermosa “El tigre de las facultades” -probablemente la canción más lograda del disco- muestra algo de distancia respecto a la euforia de Creo Que te Amo. Más cerca de Jaime Sin Tierra que de Guided By Voices, y con una introducción a cargo de la batería que se aleja del histrionismo presente en gran parte de la obra de la banda, la canción va creciendo paulatinamente hasta desencadenar en un estribillo que recoge los mejores trazos de los Faunos -las voces multiplicadas, las percusiones, los arreglos inesperados- pero, al mismo tiempo, muestra un costado más maduro en el plano compositivo.
De todas formas, este bosquejo no tiene el impulso de un quiebre definitivo en la historia de la banda. Lejos de significar un replanteo estético o una revisión estilística de algún tipo, El Tesoro Que Nadie Quiere no hace más que mostrar otro grupo de canciones en otro momento de los 107 Faunos. Más allá de una producción más cuidada y de un mejor aprovechamiento de la variedad tímbrica de las guitaras y los accesorios, las canciones de minuto-y-algo-a-medio-acabar siguen siendo el sostén discursivo de la banda. Evidentemente, es esa la música que fluye naturalmente en el contexto grupal y no hay necesidad -ni interés- de salir de ese nicho seguro y confortable. Las melodías siguen apareciendo y los momentos de máxima tensión emotiva (en el medio de “Lobo mío”, en el coro desgarrado de “La luz de las antenas”) vuelven a plantear esa ambigüedad constante que generan los Faunos con su particular apelación al gusto. Todo sigue más o menos igual.
Pero, nuevamente, la música escuchada no alcanza para intentar describir aquello que logra transmitir la banda más allá de los sonidos y las palabras. Esta vez, el registro y la forma misma de las canciones se complementan para generar un clima diferente al de los dos primeros discos y, por ende, el imaginario lírico y melódico de los Faunos parece resignificarse a través de un filtro que refleja otros colores. Más allá de la languidez propia de “Panchito en Hawaii”, esto se percibe en canciones como “Boxeador mexicano” o “Con y contra”, que encajarían perfectamente en la animosidad de 107 Faunos y Creo Que Te Amo pero, en este caso, suenan grises y ensimismadas. Lo que sucede es que, si bien la nostalgia y la melancolía son parte del identikit de la banda, en este tercer intento se convierten en las sensaciones predominantes. Por eso, frente la calidez de sus discos anteriores, El Tesoro Que Nadie Quiere se percibe frío, apagado, incluso desértico. Distinto.
No obstante, ese cambio en el carácter y la atmósfera general de las canciones es aquello que, paradójicamente, refuerza el sentido vital del disco. Los Faunos son capaces de seguir haciendo la música de siempre y, al mismo tiempo, explorar nuevas sensaciones sin perder la insolencia que los caracteriza. Gracias a eso, El Tesoro Que Nadie Quiere logra despegarse del infantilismo de los dos primeros álbums y plantea un nuevo horizonte para una banda que, casi sin proponérselo, continúa creciendo artística y emocionalmente. Con todo, queda una sensación ambigua. El potencial melódico que el grupo esboza en sus discos hace pensar en los resultados que podrían conseguirse con otro tipo de registro para su música. Sin embargo, esa(s) pregunta(s) queda(n) en el aire. Por el momento, a los 107 Faunos sólo les interesa seguir haciendo canciones.
No obstante, ese cambio en el carácter y la atmósfera general de las canciones es aquello que, paradójicamente, refuerza el sentido vital del disco. Los Faunos son capaces de seguir haciendo la música de siempre y, al mismo tiempo, explorar nuevas sensaciones sin perder la insolencia que los caracteriza. Gracias a eso, El Tesoro Que Nadie Quiere logra despegarse del infantilismo de los dos primeros álbums y plantea un nuevo horizonte para una banda que, casi sin proponérselo, continúa creciendo artística y emocionalmente. Con todo, queda una sensación ambigua. El potencial melódico que el grupo esboza en sus discos hace pensar en los resultados que podrían conseguirse con otro tipo de registro para su música. Sin embargo, esa(s) pregunta(s) queda(n) en el aire. Por el momento, a los 107 Faunos sólo les interesa seguir haciendo canciones.
Juan Manuel Pairone
3 comentarios:
No me gustaron ni en estudio ni en vivo.
Qué hago, me gasto en bajarlo o no?
Si no te gustaron en vivo la veo difícil. Igual bajalo y escuchalo, son quince minutos y una última oportunidad para los faunos, no te cuesta nada jaja
Así, a lo cursi, te suplico que nunca dejes de escribir.
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